Para los que no tenemos creencias, la democracia es nuestra religión.
Paul Auster
54ta edición de la prestigiosa Bienal de Venecia. El pabellón de Grecia presenta un espacio desconcertante. El visitante no entiende si se trata de un error, si su estupefacción debe atribuirse a un desajuste de los organizadores o, pensando benévolamente, el recinto, con dos volúmenes de agua por contraste con su vacuidad, casi unos charcos enmarcados en la bien definida geometría de paredes blancas y fuentes de luz, amerita otro significado. ¿Se trata de algún simbolismo mistérico alusivo a Eleusis, un arte para iniciados? ¿Alude a las profecías o los oráculos délficos? La “instalación” conduce a la estupefacción por todas las vías. El rótulo que preside el acceso, de por sí un oxímoron, lleva por título “Lo efímero es eterno: más allá de la Reforma”. La guía del evento coincide en la línea del desconcierto: “Diohandi (la autora)… replantea las superficies interior y exterior a fin de crear un nuevo entorno de florescencias bizantinas tanto como del agua, la luz y el sonido”. Si los sentidos no nos engañan, es un sendero quebrado, un interior arquitectónico incompleto, por trémulos pasos recorrido, donde algún nene se agacha a chapotear con el agua empozada en medio del claroscuro. Como que falta algo.
La curadora, la también griega María Marangou, escribió sobre la obra encargada por el Ministerio de Cultura: “Refleja… la situación política actual de Europa y del mundo en su conjunto. Se trata… de un comentario sobre la experiencia contemporánea griega de crisis económica y tutela por parte del FMI: un lugar luminoso arrojado a la oscuridad y la decadencia, que se aferra… a la esperanza… como si se tratara de la catarsis definitiva”. Queda claro: el arte conceptual posee la sorprendente magia de los cuentos de Borges.
Video: https://www.youtube.com/watch?v=7UoMPUGlY3k
La crisis griega, de quiebra presupuestal, llevó a las playas de su sinuosa geografía, olas de desolación y muerte. Los años sucesivos de recortes en el gasto público demolieron el tejido social, el entramado de la asistencia pública, precipitando una brutal emergencia sanitaria. Como a las costas de cualquier nación tercermundista, arribaron incontenibles las epidemias del VIH o la tuberculosis, que se creía desterrada de Europa. Sin dar paso a un juicio de valor respecto del origen que precipitó la tragedia, la sanción de la historia a las capitulaciones sucesivas de la nación helénica a sus ferales acreedores, no puede ser otra que la de un gobierno que no supo estar a la altura del poder. Si el mejor indicador del buen hacer de un gobierno es la atención que ofrece a los intereses de su pueblo y su capacidad de protegerlo en tiempos difíciles, el socialista Yorgos Papandreu traicionó la autoridad de su investidura y la democracia que representó entonces.
El entramado social es el caparazón de la democracia. Cuando se resquebraja, otro tanto ocurre con esta última. La crisis de deuda que golpeó Latinoamérica fue así de crudelísima como el episodio referido y, por ende, la relación funcional con los conceptos de democracia que tanto costó instrumentar, también se desmoronaron.
Quienes las estudiaron a la luz de las distintas disciplinas acuñaron el término “cuerpo económico” para explicar la necesaria colateralidad de un esquema de políticas en ese orden que le dan contenido a la democracia. Si la democracia fuese una empanada, las prestaciones sociales fueran su condumio, para decirlo metafóricamente. Estamos ante una democracia incomprensible por meros actos proselitistas o electorales, una constitución garantista o la mera vigencia del derecho. La democracia será masa hueca, repulgado, en tanto carezca de cobertura social.
Quede claro que el silogismo no admite tampoco la inversión de las premisas. Valga mencionar a Singapur, donde coinciden los difíciles parámetros del pleno empleo y la derrota de la pobreza. La cobertura, en efecto, se ha universalizado, las crisis sanitarias figuran en el pasado, la educación (30% del PIB) alcanza cotas altas de calidad, etc. Se dice que su justicia no tiembla a la hora de sancionar las corruptelas y goza de independencia. Pero sigue siendo una tiranía autoritaria, un régimen que pasó del padre, Lee Kuan Yew, al hijo, e incurre en prácticas deleznables como al azote público o la amputación por delitos que nuestros “abrazadores de árboles” encasillan en la flagrancia. El condumio a secas no llega a empanada.
Delinquimos al elegir a conspiradores contra la democracia. Que nuestras manos guíen la marca en la papeleta hacia personajes del populismo, símil de demagogia. Que favorezcamos a los panegiristas -¿testaferros?- de Fidel, cuya sombra siniestra se cierne sobre sus deudos que encomian la “dignidad del comandante” o la “verdadera democracia” de la triste Cuba, es ignominioso. Cuba, donde la población urbana vive tugurizada, las epidemias vuelven cada tarde y el estado lucra de la explotación a sus profesionales¹. Llamarlo justicia, dignidad, o peor, democracia, habla de desarreglo mental; del efecto Goebbels, cuando tiene razón el que más miente. Cuba ha hecho realidad el apotegma de Churchill que acusó al socialismo de repartir miseria.
En la recta final de las decisiones, a par de meses de esta puerta de toriles en que se ha convertido cualquier resultado electoral, donde sólo es segura la incertidumbre, cabe preguntarse si nuestro voto será propicio a los verdugos de la república. Si permitiremos a los lobos de la democracia custodiar las llaves que guardan los resquicios que quedan de ella.
¹http://4pelagatos.com/2016/11/30/los-castristas-o-la-dignidad-de-paja/