TEÓFILO

Mejor le sería que lo echaran al mar con una piedra de molino atada al cuello

Lucas 17:2

4 septiembre 2019

¡Curas de mierda!, pone el mensaje del amigo, adjuntando la nota de prensa que daba razón de las denuncias en Cuenca contra un prelado abusador de niños. No de un cura párroco, de un académico de entraña universitaria. Tampoco era el primero; no será el último.

Ese estupor que se repite, es una oleada devastadora para la iglesia católica que la remese desde adentro. Si la pederastia es infame, que la cometa un sacerdote magnifica el pecado; no en vano se ha constituido el clero, por siglos, en guardián de la moral. Desde el púlpito, la arenga cotidiana que convoca a la feligresía a precautelar los valores de la fé, de la civilización cristiana, que condena precisamente estas prácticas, contrasta con el comportamiento de sus farisaicos ministros. Ahora resulta que los baluartes de esos valores han sido, ¡oh paradoja!, vulgares delincuentes protegidos, como aquellos que asaltan el erario o desacreditan la fé pública merced al incestuoso maridaje de contralores y jerarquía.

Que la Iglesia tiene poder es dato sociológico. Ha sido, entendámoslo, ese poder que describe minuciosamente Hanna Arendt cuando lo desagrega en “potestas”, el poder de las armas, de que carece en estos tiempos, y “autoritas”, que ejerce desde la persuasión y la inteligencia. Estremece que el lugar que ocupa como institución, donde bascula como intermediaria entre los poderes reales y los intereses de las mayorías, haya implementado un modus operandi propio de mafias; que haya acogido prácticas de la omerta siciliana para silenciar el proceder de oficiantes e involucra a prelados locales. De ellos el escándalo; de ellos la repugnante cohabitación con el delito.

Habría hecho efecto titular estas reflexiones con la frase que la preside: ¡curas de mierda! Aupar la indignación. Porque el escándalo debe seguir su curso natural cuando anuncia con trompetas la impostura; porque el escándalo debe escandalizar y los ciudadanos no perder el nervio social que alerta, condena y compromete a reparar el daño. La moral no puede permanecer impasible ni la ley mirar para otro lado engrosando huestes pacatas para quienes “ya pasará” o, peor aún, pretenda aligerar su carga de inmundicia.  

Proliferan las acusaciones; los datos fácticos rasgan el otrora velo impoluto de la institución de mayor crédito del país, crédito que cimenta esa autoridad. Lo ha desgarrado sin piedad en Chile, donde los obispos fueron impelidos a la renuncia masiva. Luego, catorce sacerdotes, sólo en Rancagua, fueron suspendidos por conductas impropias y la iglesia entregó los expedientes a Carabineros. Ese Chile donde los Hermanos Maristas ocultaron durante siete años al abusador de 14 chicos, transfiriéndolo entre sus colegios. La congregación, bajo cuyo signo nos educamos, tuvo en ese país el mismo comportamiento de otras diócesis alrededor del mundo, donde la connivencia entre el delincuente y la congregación actuó en desmedro de lábiles votos de obediencia, transfigurando el silencio en complicidad, el pecado en delito. 

Joseph Ratzinger, el Papa emérito, fue incapaz de manejar el problema. Canalizó las denuncias de pederastia en Irlanda a la Congregación de la Doctrina de la Fe, dirigida por él, pero cuando los hechos desbordaron llamó a los sacerdotes a capítulo: simplemente los reconvino. No en vano ha sido Irlanda, otrora bastión del catolicismo, donde más ha retrocedido Roma: el clero está implicado en el encubrimiento de más de 25.000 casos.

La pederastia se expande a nivel mundial. En Reino Unido se habla de 80.000 pederastas activos en la red; del aumento del 700% de este tráfico en los últimos 5 años y de la consecuente proliferación de imágenes de abusos a menores convertida en pan diario: la alienación de la mercadería que fermenta la clarividente crítica marxista. El FBI establece que apenas entre el 1 y el 10% de todos los abusos se llegan a denunciar. Agotar la problemática es imposible; ponderarla en su dimensión real, un esfuerzo con recompensa inmanente. La arista más reprochable es la hipocresía que la rodea.

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Prelados como Monseñor Juan Vicente Córdova, Secretario de la Conferencia Episcopal Colombiana, consignan el hecho estadístico: el 0.2% de los casos pueden ser atribuidos al clero¹. Es descomunal la cifra correspondiente a la pederastia que queda boyando: por cada caso que envuelve a un clérigo, ¡hay quinientos otros en que incurre otro tipo de sujetos! Invisibilizados por la urdiembre familiar, tapiñados en patrones de encubrimiento, cobijados por la indolencia. Padres, tíos, padrinos,… todo tipo de allegados operan a las sombras, barajando complicidades y vergüenzas. Para romper esa cadena malhadada no hay estrategias a la vista. Encender alarmas porque el delito lo comete un cura y desentenderse de los demás, resta vigor a la acción que pedimos de la ley. ¿Será servida la justicia al escarnecer este tipo de delincuente, cuando hace fisga del delito al relegar las demás víctimas al olvido?

La pederastia está documentada desde la antigüedad; a este desconocimiento de la historia remite otra faceta hipócrita que evidenciamos. Trata de ella “El banquete” de Platón, diálogo dedicado al amor. Pausanias, de quien se dice era un sofista libertino, la encomia, confirmando la lenidad e indulgencia que merecía este comportamiento entre los contemporáneos de Sócrates. Uso extendido y tolerado, adquirió aceptación quizá como producto de la profusa orfandad proveniente del estado de permanentes guerras y desamparo. Basada en la supuesta superioridad del hombre sobre la mujer y justificada en un código ético jerárquico donde la razón asiste a los adultos, sin más: los esgrime Pausanias cuando insiste en el beneficio que recibe el amado (el mancebo, agente pasivo, elemento femenino) por parte del amante (el seductor). Cadena eslabonada de prejuicios inconcebibles hogaño, pero imposibles de sustraer del debate.

La antigüedad apenas esbozó críticas: el apotegma del romano Juvenal (“Que ni una palabra ni una mirada obscena manchen la casa en donde haya un niño”) denota perspicacia pero, meramente, reprocha y sugiere lo que en el evangelio es una condena del Cristo, conforme consta en el exergo. La preceptiva no pudo provenir de una religión panteísta, sin vicaría ni textos sagrados y carente de doctrina, todos atributos del cristianismo triunfante cuando se convierte en religión del imperio. Aquí radica la superioridad del cristianismo sobre las tradiciones paganas.  

Desconocerlo es partitura que comparten  las furibundas huestes de quienes presagian el fin de la iglesia y la secularización de la sociedad. Ateos conceptuales unos, otros transitan de la iconoclastia al fanatismo llamando a extirparla mediante eventuales persecuciones y purgas de manual estalinista bajo el brazo. No repara este rostro hipócrita en vilezas ni falsías cuando afirma que la pederastia es práctica habitual del sacerdocio. 

Otros objetores engrosan las protestas con objetivos políticos y aplaude el descrédito en beneficio de su agenda. Entre estos se cuentan los colectivos proclives al aborto, las minorías GLBTI o ideologías de género, que sopesan la carga doctrinal de un país con tradición católica. Son los tarambanas que esperan réditos de alimentar el escándalo y se empeñan en reavivarlo.

No busquemos culpables colectivos. Las personas somos  responsables de nuestros actos; no son endosables. De ese modo debe juzgarse a los pederastas, dentro y fuera del clero. Sin embargo de que las entidades gubernamentales, y organismos como Unicef, están llamados a proporcionar una respuesta sin haberla dado, es reconfortante que vengan del Vaticano acciones efectivas². Francisco ha abrazado la causa de las víctimas³, como no lo ha hecho nadie. Falta mucho para hacer efectiva una real reparación pero en el viaje quien da un primer paso hace camino a los demás.

No exculpamos ni acusamos a terceros; los hechos propios de la vida consagrada testifican que por cada individuo caído, miles cumplen su deber con abnegación y sacrificio; eso nos esperanza como creyentes. Si los niños alcanzaran la importancia del discurso, debiera contarse con programas básicos de alerta comunitaria, que los escuchen y obren en consonancia. Las rutas siguen conduciendo al escándalo y desfallecen en sus orillas: somos víctimas del castigo mientras lo prefiramos al compromiso de educar.

Es posible mejorar el mundo. Desde las premisas exitosas del cristianismo se allana el camino: reconocer la sacralidad de la vida, sabernos teófilos: una comunidad universal de hijos de dios. Oramos por quienes sufren esta prueba en el desamparo de dedos que los fustigan; les alentamos a perseverar en su testimonio de bondad.

 

* In memoriam: Teófilo Diez, HH. MM., primera semilla caída en el Ecuador y, por extensión, a la comunidad de educadores de quienes somos deudores.

 

¹ https://www.aciprensa.com/noticias/celibato-no-tiene-nada-que-ver-con-pederastia-afirma-obispo-colombiano

²https://elpais.com/sociedad/2018/11/23/actualidad/1542970180_776539.html

³https://elpais.com/internacional/2018/06/11/actualidad/1528711949_223632.html