SABER QUE NOS MIENTEN

“Sabemos que nos mienten. Saben que nos mienten” *

En medio del furor por las capacidades de la inteligencia artificial, llamada a sustituir las barreras comunicacionales con la simpleza de un comando, a eliminar los creativos de la publicidad, independientemente de si el producto procede de la tradicional y orgánica implementación consensual de las mentes involucradas en la decisión o surge de un click, la propaganda del correísmo se anotó un gol de camerino al condicionar la discusión inicial a la imagen elegida para promover al binomio de la secta. Tiernos borregos de peluche asumen el papel de confalones de la insatisfacción por el gobierno de Lasso y llaman al electorado a devolverles el poder.

La candidata tomó de entrada la delantera en las estadísticas, primer objetivo logrado, reclutando con inmediatez adherentes y militantes para la gran marcha hacia Carondelet. La prueba de acidez de su comunicación logrará suficiencia si, y solo sí, supera el techo de la contienda pasada, frustrado por el rechazo al impúdico ejercicio de catorce años que se alzó vencedor.

En este proceso de “empadronamiento”, el correísmo recuenta las huestes que le dieron supremacía en las seccionales pasadas, apuesta porque esa primera minoría pueda convertirse en aquella nostálgica que escrachaba al opositor; reinaba hegemónica escrutando el 35% de los votos mientras ocupaba 70% de las curules; repartía “equitativamente” los recursos para la campaña, pero pautaba cuñas más que todas las candidaturas juntas, al clangor  de los “acuerdos entre privados”, favores pagos de la contratación pública por los cuales la justicia ha proscrito al amado líder.   

O cuando, directamente, apagaban el conteo, trastrocando la votación.

Esa impunidad añorada pretenden revertir con la pueril pelambre de las felpas. Si resulta curioso hayan asumido la condición de borregos, aparece escandaloso lo proclamen; podemos pensar que si perciben a su feligresía como un rebaño han de ser arrebañables todos los demás reclutas. Borrego, según el DRAE, refiere la persona “que se somete gregaria o dócilmente a la voluntad ajena” al “sencillo o ignorante”, todos términos inadmisibles de quien debe ser en todo momento sujeto digno de ciudadanía.

Inconfundible, la impronta de Alvarado quiere introducir una épica victimista entre los adeptos. Resignificar década y media de atropellos como la expresión verdadera de democracia, una que supieron transgredir impunemente.

“Saben que sabemos que nos mienten. Sabemos que saben que sabemos que nos mienten” *

El estadio Nacional de Santiago de Chile fue el escenario de la definición de Copa Libertadores de 1966 entre el histórico Peñarol y River Plate de Argentina; habían igualado en las dos definiciones previas y el reglamento establecía un tercer partido. River lo ganaba cómodamente 2-0 cuando el gran equipo de Spencer, Rocha, Joya y demás consagrados lo dio vuelta. Un hincha contrario a River tuvo entonces la ocurrencia de llamar “gallinas”, cobardes, a los de la franja. Lo llevaron como baldón durante décadas hasta que, ya entrado el presente siglo, la mercadotecnia hizo el milagro de convertirlo en marca para la institución. Asimilado el remoquete, lanzaron una línea de vestimenta y fetiches futboleros que reportan ingentes recursos explotando crestas, plumas y colores entre los más caracterizados de sus hinchas, beneficiando sus arcas. Otro tanto ocurre con los “cules” catalanes, culos, que identifican a los azulgranas de Barcelona.

Pero lo económicamente redituable descalifica la acción política concebida como objetivo supremo. Adocenamiento equivale a sumisión, aborregamiento, símiles reñidos con ciudadanía, en cuanto espacio de los libres, premisa de la democracia. De los deliberantes, con derecho a equivocarse porque la razón produce monstruos, pero monstruos suyos que, amén de alumbrarlos, acarrean la responsabilidad de vivir con ellos, escrutarlos y exigir de sus errores enmienda, en pie de igualdad.

Literatura y propaganda son enemigos irreconciliables en sus propósitos, como la mentira puede serlo de la verdad o la libertad de la opresión. Elías Canetti, premio Nobel de 1981, sostenía que la función de la literatura estriba en custodiar el sentido de las palabras. En ellas empeñará su denuedo expandiendo su buen uso, al enriquecer sus contenidos de tal modo que se conozcan los mundos que las abarcan, los parajes donde habitan.

La propaganda rige el submundo en que las palabras intoxican, corroídas por el odio y las ambiciones. Advirtiendo los peligros de la manipulación de la lengua, Víctor Klemperer escribió “El lenguaje del Tercer Reich”. Allí acuñó la imagen del nazismo vertiendo en cada palabra gotas de arsénico; envenenándolas hasta mudar de significado. Así, la alocución “pueblo” pasó a significar los seguidores del líder, las invasiones trocaron en conquista del “espacio vital”, en héroes virtuosos se convirtieron los fanáticos, la “fe en la victoria” obnubiló los crímenes… El estado de propaganda del correato participó de estos rasgos en lo que equipararse pueda. Imitó aquellos rituales entusiasmado; recreó las sabatinas, émulas de Nuremberg, respaldado en el culto al poder, en la divinización del caudillo investido, tal cual Klemperer dice del nazismo, de juez infalible, arúspice y nigromante. De la caravana itinerante hicieron parte los momentos del pronóstico infalible, del juez inapelable y del todólogo experto. Como eje transversal del discurso, frente al antisemitismo, Correa erigió la antipatria e introdujo en ese saco todo lo que estuvo a su antojo, desde los acuerdos multilaterales hasta el pago de la deuda, pasando por el FMI, la oposición, los periodistas y un interminable etcétera de quienes le miraban a los ojos sin agachar la cerviz.

Víctima del peronismo ignorantón y cazurro, Borges ripostó esas exclusiones con sabiduría sincrética al afirmar: “Nadie es patria; todos lo somos”. El correato tradujo “todos” al séquito que le rendía pleitesía.  

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“Y sin embargo nos mienten” *

A la propaganda no le interesa advertir el peligro de ignorar el significado de las cosas. Bribones, y me refiero no sólo a los propagandistas del correísmo aunque aluda a ellos en particular, cuyos intereses fincan en explotar el peligro destructor de los términos que no significan cuanto tienen que significar, una dirigencia política preocupada por la cultura popular debiera poder conjurarlos como lémures de la política.       

Por el contrario, apela a ellos. ¿Cuál es el mensaje de la candidata correista? De su boca no ha salido otra declaración que la adhesión irrestricta al gerente propietario. Ni un planteamiento o postulado; hablan los borregos por ella. El anticorreismo los derrotó entre otras razones por el esmirriado aporte del Cámpora que ahora funge de candidato a la vicepresidencia. Al aceptar los resultados de 2.021 propuso volver la mirada a su agrupación y fortalecerla; ¿qué se lo impidió? Los partidos carecen de debate, siguen siendo nominados los propincuos al cacique. Los candidatos forman agrupaciones con el único propósito de ganar una elección. ¿De qué sirve la RC, reconocida por su organización política, si no muestra atisbos de democracia?

Todos tienen la obligación cívica y moral de abandonar la adolescencia política; de asumirse como agrupaciones que plantean respuestas a las urgentes necesidades del país. La ausencia de un programa de gobierno es clamorosa; la ID, el PSC y la RC, cuanto más grandes, más necesidad tienen de contemplar esa certeza. Cuando las apetencias del líder dejen de convertirse en causa nacional; cuando miren atrás y condenen los errores del pasado; cuando denuncien los millonarios atropellos que significó acceder a los dineros públicos con una ilegítima extensión de la “emergencia nacional”, que así no se gobierna sino se perpetra toda clase de malversaciones; cuando se sienten a pensar el futuro y no acusar al pasado, dejarán de ganar elecciones y ganaremos todos.

En el escenario inesperado del momento, seremos arrastrados por el furor de la propaganda o la tendencia de las encuestas. La palabra más distorsionada será “voto”, que habremos de entregarlo a candidatos sin cuadros, de gentes no preparadas e ilustres desconocidos, que no administraron una tienda de barrio ni construyeron la casa del perro. Será un voto temeroso. 

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* Alexandr Solzhenitsyn

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