EL ABORTO DE LOS DERECHOS

Los acuerdos carecen de importancia comparativa en la búsqueda de la verdad: fácilmente, ambas partes pueden estar equivocadas

Karl Popper

20 Diciembre 2019

Los temas que pisan el terreno de la controversia exigen el pronunciamiento sobre dos mínimos aspectos: el de quienes favorecen y quienes lo contradicen, atendiendo el principio democrático de que las posturas puedan ser emitidas con igualdad de oportunidades.

Sobre el aborto por violación, concebido como un derecho, nos resulta penoso asumir ese eclecticismo mínimo para presentar las posturas con honestidad; para el caso, conspicuos patrocinadores de esa causa serán nuestros interlocutores mudos, en referencia a sus intervenciones mediáticas, como será debidamente reseñado.

¿Cuándo permite abortar la ley? Cuando… “el embarazo es consecuencia de una violación, violación incestuosa, y en el caso establecido en el artículo 164” del COIP; específicamente, cuando la víctima de violación, además, es una mujer demente. Muy restringido y puntual. Al pretender que este derecho asista a toda mujer que haya sido víctima de un estupro, encontraremos siempre una dicotomía que atañe a dos derechos contrapuestos. Por una parte, el derecho a la decisión de la madre, al que apoyan los propulsores de la nueva normativa, frente al derecho del nonato, que contradice dicha tesis.

Contrapuestas, pues la sanción a que arriban presenta el conflicto sobre la materia entre dos enunciados aporéticos sobre la vida o la muerte de un ser, lo son también irreconciliables. Materia propicia al radicalismo de las posturas, puede bien decirse que es la tónica en torno al tipo de derechos que envuelven la redención del aborto en las legislaciones modernas. Ambas corrientes tienen basta fundamentación en Teoría del Derecho, lo cual pone en liza el problema: ¿cuál tiene prelación?

El aborto como derecho aparece reconocido desde la revolución bolchevique. En cuanto al derecho de la mujer en particular, el marxismo actuó en dos vías; a contracorriente de las fuentes clásicas, que remiten a Montesquieu; y como un derecho al andar, consecuencia de la praxis revolucionaria. Para el francés, las fuentes del derecho son tanto las costumbres como la tradición. El aborto, condenado por el cristianismo, pasó a la legislación romana cuando el imperio lo adoptó como la religión oficial. No se contemplaba desde entonces ni tenía otros antecedentes sino los remotos ritos eutanásicos.

Al parecer, Esparta modeló la mujer soviética: madres guerreras llamando a tomar el fusil; madres que paren hijos para la patria, tal cual el otro totalitarismo, el nazi; mujeres que se rebelan contra el prototipo burgués y votan, se educan, participan de la vida política, pero sobretodo, enfilan como integrantes de las masas obreras, rechazando el rol familiar del recato y la cocina. No es Marx quien propone el aborto; seguidores como Aleksandra Kollontai (“El amor de las abejas obreras”) pregonaron el amor a palo seco, sin sentimentalismos considerados burgueses, en un entorno cargado de dirimencia política, empeñados en permanecer a la vanguardia del proletariado. Lucha facciosa entre cuyos antecedentes cupieron las reivindicaciones sufragistas que exigían el pleno derecho de la mujer a ser reconocida como sujeto libre de tutela, con acceso a la ciudadanía e igualdad frente al hombre. Sobrepujando al anarquismo y los liberales, el marxismo culminó con la restitución del aborto y la ley que lo amparaba.

¿Tan graciosa liberalidad en un régimen totalitario atiende al reconocimiento de la voluntad individual? O por el contrario, ¿fue la manera de articular una ingente fuerza laboral en el propósito de expandir la industria? Quienes la han calificado como “herramienta de industrialización de la mujer” niegan esa intención liberadora como el móvil de creación del tal derecho, dado el carácter de los totalitarismos donde este es subalterno de las “responsabilidades sociales”. El decreto de aborto habría estado encaminado a servir como instrumento de control demográfico y como estrategia para la industrialización emprendida por el gobierno de los soviets. Esta demandó ingente mano de obra, duró períodos extensos y causó muchas muertes, tanto en la industria como en el sistema de granjas colectivizadas: redujo, resumidamente, el ciclo de reposición de la mano de obra descrito por Marx.

Trasladado a China, donde fuera obligatorio impedir a las parejas tener más de un hijo, resolvió su problema de excedente demográfico; pero doquier se ha implementado, conlleva crisis poblacionales, envejecimiento de la base laboral y desequilibrios de género. Perversión no excluyente del pérfido comunismo, el Japón ocupado fue campo experimental de los norteamericanos que la impusieron en 1950 con los mismos propósitos de productividad: había que reconstruir un país devastado y la mujer madre no encajaba por la atención que demanda la carga infantil. Agreguemos que en EE.UU. la ley pro aborto llegó en 1972: ¿qué privilegio este de otorgar a extranjeras un estatus del que no gozaban sus conciudadanas?

En el país, la discusión se centra en la licitud del aborto propuesta para aquellas mujeres que han sido violadas: una situación que contiene el agravante del delito y el horror de la vergüenza. Las voces que abogan por esta inclusión a la ley plantean dos consideraciones: respeto a la voluntad de la víctima y la prestación hospitalaria para suprimir el embarazo no deseado como estricto “tema de Salud Pública”¹. Así mismo, se despliegan otros argumentos amparados en la laicidad de la república: la legislatura no debe contaminar el discurso con las convicciones religiosas, coinciden en resaltar². Finalmente, invocando un curioso pronunciamiento de la CIDH, nos han recordado el “desenfoque” de quienes remiten a la concepción el discurso, toda vez que el no nacido es una especie de abstracción cuyo derecho “no ha sido avalada por la CIDH que ha explicado muy bien que el titular del derecho a la vida es de la persona”, no del embrión³.

¿Cómo comenzó la vida? Cuando el premio Nobel Harold Urey y otros científicos se propusieron demostrar su tesis de que la vida apareció bajo circunstancias en que coincidieron precisas condiciones atmosféricas y eléctricas, en presencia de ciertos gases primigenios y reprodujeron en laboratorio aquel entrevero, encontraron, al cabo de una semana, un líquido rojo, una sopa orgánica que contenía aminoácidos; las unidades básicas de la vida. Aceptamos que la vida empezó así: negar la vida humana en forma aviesa conduce a pensar que son precisamente los lobbys abortistas los que pugnan por obtener de los altos tribunales ese tipo de resoluciones en que amparan su cruzada. Que hay intereses de farmacéuticas, de geopolítica poblacional, a cuya intervención son ajenos por omisión o conveniencia sus valedores. Estos juristas, para los que “el embrión no es titular del derecho”, según dictamen de un caso de fecundación in vitro, pretenden hacer abstracción de un hecho innegable: se suprime un curso vital. Hay vida que se elimina, y es vida humana. Este es el eufemismo de matar. Lo paradójico es que la ciencia legal, de la que obtienen sus acreditaciones, queda en evidente contradicción.

Se niega a recurrir mi mente al autor que recreara el origen del derecho en aquel adánico primer hombre que dijo “No”. “No” al abuso, afirmando su naturaleza y dignidad humanas frente a la irracionalidad, el sometimiento y la brutalidad del más fuerte, del poderoso. Negativa a ceder su privacidad, su individualidad y supervivencia; su condición de igual. El derecho estará vigente cuando en la sociedad prevalezca el amparo, siempre, al más débil. ¿Hay alguien más indefenso que una criatura por nacer? ¿No es mandato imperativo defenderla?

Supongamos prejuicios fanáticos de vena religiosa en quien rechaza cualquier forma de aborto. Recordemos también a quienes aseveran ser la laicidad la religión del estado y hallaremos una falacia encubierta pues la religión de la laicidad es la ideología. Hay detrás de esta vehemente obsesión por despenalizar el aborto una ideología conectada con el control de la natalidad, de buenoides materialistas como decía la Mafalda de Quino, que ofrecen los paraísos de la riqueza pero que, al evaluar los resultados, no han sacado a ningún país de la pobreza aplicando su receta. Si como dicen, respetan el fuero íntimo pero este no es válido para juzgar lo conveniente a la sociedad, que nos expliquen por qué su fuero ha de ser políticamente correcto y debemos someternos a él.

Los estudios de Freud, basados en sus pacientes que padecían histeria, determinaron un patrón: habían sido violadas por sus padres. ¿Ha desaparecido el trauma psicológico de alguna víctima con el aborto? ¿No incrementa la miseria de las víctimas sobrellevar además este trauma adicional? Así como no se curan los locos con amarrarlos a una camisa de fuerza, si hay un interés legítimo en las víctimas, deberá condicionarse asistencia psicológica integral para el bienestar de su futuro. Empecemos por atender su padecimiento.

El aborto no cura; solo mata.

¹ Entrevista Radio Visión a José Hernández

https://www.ivoox.com/lic-jose-hernandez-msc-gustavo-isch-23-09-2019-audios-mp3_rf_41857708_1.html

² La religión del estado es la laicidad- Santiago Basabe

³ Entrevista Radio Visión a Paulina Palacios y Salim Zaidán

https://www.ivoox.com/dra-paulina-palacios-dr-salim-zaidan-13-12-2019-audios-mp3_rf_45438866_1.html