¿QUÉ QUITO CELEBRAMOS?

¡La verdad! Sin ella, ¿qué sería la historia sino una calumnia autorizada o un elogio corruptor?

Federico González Suárez

El video es tomado por un padre que ha desplegado en la mesa de su comedor un aparato raro con apariencia de teléfono. En efecto, el artículo muestra un cordón espiralado que conecta el cuerpo principal del artefacto con un auricular. Los chicos han sido desafiados a hacer una llamada con el otrora dispositivo de la casa paterna. El problema sugerido es el discado: no muestra la botonera de números de ninguno contemporáneo. Es un disco con huecos numerados al que los adolescentes nacidos a partir del segundo lustro de este siglo, desconocen.

Uno de los chicos pone su dedo en el hueco del número que desea marcar. Entiende que no produce ningún efecto la inerte acción de posarlo y se anima a avanzar en el sentido de las manillas del reloj con su dedo sobre el número deseado. Si bien desvela esta mecánica, el avance no es completo; no lleva el dedo al tope. Otro de los muchachos completa el giro de la serie, pero lo hace con al audífono sobre el cuerpo principal del viejo teléfono, consiguiendo al levantar el auricular recibir tan solo el tono de marcado. Por fin, uno de ellos da intuitivamente con el hilo de la madeja y puede completar el desafío. El video no lo muestra; en cambio nos participa la frustración ante la prueba. El desprecio que le produce la antigualla, al punto de arrojarla bruscamente, de tirarla con estupor, indignado al haberse sometido a la absurda, obsoleta tecnología, cuando su teléfono portátil, con tres pulsaciones sucesivas, lo conecta con el mundo.

Complacientes con el desplante histérico, con la insolente reacción del mozo, le ofrecemos una sonrisa condescendiente. No tiene por qué saberlo, nos decimos desde la jerarquía de los años o la experiencia. Nadie se lo ha enseñado; no tuvo dónde aprenderlo.

La cultura, definida por el historiador Grahame Clark, en su sentido más amplio, debe entenderse como un modo de conducta aprendido y heredado por pertenecer a un grupo social. Está relacionado no solo con los remotos primates sino, strictu sensu, con toda especie. Lo que distingue la nuestra es su carácter progresivo, guiado por la capacidad de inventar y emplear símbolos que permiten acumular una creciente “cantidad” de cultura.

Símbolo por antonomasia, la palabra constituye el meollo diferenciador. La comunicación entre los chimpancés transmite una amplia gama de emociones; incluso expresa deseos concretos. Pero los experimentos realizados demuestran que les es imposible designar objetos y reconocerlos. Ese es campo excluyente de la escritura y, por tanto, del libro y la historia.

Los humanos perdemos registros: huecos en el continuo de los hechos que conforman el legado que hemos llamado cultura. Unas veces cubrimos vacíos apelando al mito; otras, asimilamos una chanfaina ecléctica de acontecimientos que se niegan mutuamente desbarrando la historia.

¿Por qué festejamos a Quito en diciembre? Por la fundación española de la ciudad, ciertamente, pero, ¿qué Quito celebramos?

El intihuatana en Pisac, Perú. Foto Fundación Ilam. ilam.org

Los cronistas que registraron la entrada de Benalcázar no encontraron una gran ciudad; hablan de un par de edificaciones destacadas en esta meseta escarpada que “el Pichincha decora”: templos del sol (Plaza de la Independencia) y la luna, (este en el Yavirac, a las afueras) y el que se supone fue el palacio del Inca, que han asignado a San Francisco. El lugar que ocupa el “Museo del Agua” recuerda la casa de placer del inca, también apartado, al que debió su nombre el barrio: El placer. Pocas construcciones para un asiento poblacional que, en la desmedida ecuatorianidad de la tradición, rivalizara con el Cuzco.

Perviven en muy buena condición el intihuatana de Pisac, y la Reserva de Choquequirao, por ejemplo, monumentos del incario más extensos en lugares de inferior trascendencia política que la capital de Atahualpa. Aquí no hay presencia de cantería pulida, esas piedras sillares de la arquitectura incaica.   

Compárese la escueta relación con el asombro que causó la monumental Cuzco; la estupefacción de los emisarios de Pizarro al contemplar la “Coricancha”, lugar de las ceremonias sagradas, plaza monumental con paredes de oro, tal cual su nombre¹. O el reporte militar de la fortaleza de Sacsahuamán de triple muralla y bloques ciclópeos. Cuzco, en su hora de mayor esplendor, e inicio de su decadencia, albergaba 200.000 habitantes. Y no terciemos con la opulenta Tenochtitlán, profusamente dotada de templos, pirámides, mercados y canales, estimada por los compañeros de Cortés en un millón de naturales. 

A la sazón, Quito debió tener 30.000 pobladores; como asevera un postulado histórico, la ciudad no acrecentó su población durante la colonia. Ha contado con poetas para cantarla que no sabios para estudiarla, quedando toda cifra a la especulación. Los linderos debieron estar enmarcados por las quebradas de Jerusalén y los Gallinazos así como por el curso del Machángara y la natural separación entre el casco colonial y el Itchimbía. Mons. González Suárez (MGS) nos dice que la ciudad, por el norte, “terminaba pocas cuadras más allá de la plaza”² de la iglesia de Santa Prisca, no lejos de la batalla.

La pampa de Iñaquito, en tiempos remotos una laguna formada por depósitos de aguas lluvias, fue zona cenagosa intransitable. Las rutas de salida hacia el norte y el oriente, bordeaban los cerros del Itchimbía, Huangüiltagua y Zámbiza, como puede recogerse en testimonios del pasado.

Escudo de armas de la Ciudad de Quito.

Quito fue un villorrio que, a raíz de aquel enfrentamiento, recibió el título de ciudad, “muy noble y muy leal”, con escudo de armas, para exhibir ante el mundo virtudes colectivas, prenda dudosa de la heráldica.

¿La ciudad de los Caras? ¿La de los Shyris? ¡No hay un solo vestigio! El reino de Quito no pasa de alegre fabulación para entretener el insomnio o recrear sueños nacionalistas. Piadoso como fuera, MGS protestó del rigor del Padre Juan de Velasco: “… por desgracia, su criterio histórico era estrecho y su ánimo propenso a la credulidad… abundan los datos equivocados y las aseveraciones falsas” que condujeron a falsear la Historia. Para MGS Quito era el territorio, el país; así se entenderían las fundaciones artificiosas de Diego de Almagro en Riobamba de San Francisco y Santiago de Quito.

Es preciso desarraigar la miopía de la ciudad imperial. Corrientes afines a la historiografía mexicana han demostrado que Quito fue un tianguez, quizás un centro ceremonial: un lugar que congregaba comunas distantes. No conoció procesos urbanos, ni jerarquía, organización política u otro ejército que el conformado ad hoc para enfrentar invasores. Ese es el Quito milenario que evocan ciertos pseudo intelectuales por afinidad política o ignorancia premeditada.

Quito fue ciudad a partir del incario: solo entonces contó con administración, un culto reglado, construcciones públicas…; apenas 70 años antes de la llegada española. Consolidó la hegemonía hispánica el reducido urbanismo y la dispersión de los centros poblados. H. D. Disselhoff lo clarifica: “La capacidad de lucha de los campesinos disminuía en extremo cuando sus campos les llamaban a la siembra o la cosecha. A un paso de la victoria, el inca (Manco Cápac II) se retiró…”: se había quedado sin huestes.

La sociedad precolombina estuvo definida por su naturaleza agraria. Una economía de sustentación, de productos similares, restaba interés al intercambio así como a cualquier proceso urbano.

La gloria de Quito está fincada en el criollismo que pensó la libertad y luchó por la independencia. En ser depositaria y custodia de la nacionalidad ecuatoriana.  

Puntuación: 1 de 5.

¹Cori, en quechua, significa oro.

²MGS; Historia General de la República del Ecuador, Tomo III, cap. 9º, VI

LUDÓPATA, EPILÉPTICO Y GENIO

No olvidemos que las causas de las acciones humanas suelen ser inconmensurablemente más complejas y variadas que nuestras explicaciones sobre ellas

Fedor Dostoyevski
  • 30 noviembre 2021

Son doscientos años desde la aparición del príncipe de las letras rusas, artífice de los dramas más penetrantes en la novela universal. Doscientos años, como los veinte del tango, que no son nada cuando siguen los Raskolnikov y Karamazov robando nuestras horas de sueño, a pretexto del conflicto humano, sus pasiones y culpas.

Múltiples publicaciones han destapado pormenores de su azarosa vida y vuelto a circular calificados ensayos sobre su obra. Muy interesante el de Antonio Fernández Vicente que trata de la maldad¹. En artículo polifónico recoge las expresiones de figuras de la intelectualidad en todo tiempo que dejan su testimonio de admiración por la clarividencia de Dostoyevski al tratar de este sentimiento corrosivo. Freud elabora el concepto de las pulsiones de vida y muerte, Eros y Tanatos, tomando las evoluciones que el tema provee desde su vigorosa pluma.

Su lectura es invitada de gala en la filosofía de Hanna Arendt. Su teoría en la cual nazismo y estalinismo constituyen sistemas donde la maldad cobra status de política pública, despersonalizan al individuo hasta convertir la punición en práctica laboral de una burocracia expedita, “la banalidad del mal” de su estudio sobre Eichmann, se alimenta de los infiernos dostoyevskianos. Arendt vuelve su mirada al ruso para explicarnos la sociología del siglo XX, tatuada de genocidios. Sus personajes entretejen sentimientos, emociones, racionalizaciones de forma tal, que una disciplina tan moderna como la neurociencia hace esfuerzos por demostrar causalidades sugeridas por él. Arendt lo menciona cuando escarba en los orígenes del totalitarismo, la mecánica de la violencia y de las revoluciones, resaltando el penetrante viaje de quien, Dante moderno, desciende al báratro el alma humana con sus insondables misterios.

No confundamos: Gide, Papini, Kafka… todos quienes han estudiado a Fedor Mihailovich (FMD), no contestan algún ensayo suyo. Es el quehacer literario minucioso que monta piezas de relojería sobre personajes y mundos disfuncionales. Son deudores de las formas en que sus novelas y cuentos presentan el padecimiento. El ruso toma la bandera del realismo, aporta el análisis psicológico y motivacional de personajes, de situaciones, y transforma la novela: a partir de entonces, nunca será igual. Hace la mayor contribución del diecinueve a la literatura, mientras llega Freud para convertirla en ciencia.  

Si bien los rasgos psicológicos de Raoul, el protagonista de “Piel de zapa” (Balzac), alcanzan altas cotas de confliclto personal, no se han creado sujetos tan complejos ni dramas de la intensidad de nuestro autor. Rusia, en cada personaje, parece equipada para tolerar el dolor extremo. Los pasadizos del alma que lo refugian, donde según Stefan Zweig la chispa que destella da la medida de la insondable oscuridad, son hoyos negros que se tragan la compasión, absorben el desprecio, desdeñan la miseria, transitan la inmolación y, por esa ruta, lo heroico. Propósito didáctico sobre el alma rusa, concebida como la sublimación de los valores cristianos entre quienes suscribían el eslavismo, FMD entre ellos.

Dostoyevski, creyente ortodoxo, por contraste o como consecuencia de las rigideces de la observancia religiosa, vivía obsesionado con el sexo pago, el juego y de manifiestas tendencias al maltrato conyugal. Sobre Anna, la esposa que le sobrevivió, su único soporte real y gran amor, ejercía una obseción paranoica prohibiéndole desde lucir cierta indumentaria hasta sonreír en presencia de otros hombres.

Retrato de Fedor M. Dostoyevski, por Vasili Perov, 1872, en una estampilla de la URSS

Si la producción literaria depende de las vivencias personales, refleja tribulaciones económicas, promiscuos y ocultos hábitos, no podemos afirmarlo, aunque ningún autor pueda sustraerse de la pincelada autobiográfica. Sabemos que escribía por compulsión, en sus dos acepciones: el apremio y la vocación. El tipo que purgó en los casinos alemanes y franceses la quiebra repetitiva de la fortuna familiar, debió someterse a jornadas extenuantes de trabajo salvífico. Sometido a las condiciones de su único fiador, el editor que lo mantenía mediante una paga extorsiva y financió sus bancarrotas, se vio precisado a entregar en garantía los derechos de autor.

Debemos a estos apremios una suite como “El jugador”, escrita en 26 días, y el incomparable “Crimen y castigo”, que no habrían visto la luz en otras circunstancias. El trabajo resultaba un dolor autoinfligido para combatir la penuria, resueltas felizmente con la presencia de Anna Snitkina en su vida, la estenógrafa que se convirtió en su esposa.

Si algo transversaliza la narrativa dostoyevskiana, es Dios. Presencia intolerable para Nabokov, uno de sus acérrimos detractores, para quien sus personajes utilizan el truco de ‘pecar en su camino hacia Jesús’.

El estudio de Juan Manuel García Haro² que versa sobre las relaciones en torno a la culpa, al repasar el esquema presente en la obra de FMD, devela que el “mal” dimana de los protagonistas mientras la culpa responde a la vinculación con una divinidad. En esa perspectiva, los hombres, enemigos unos de otros, pertenecen al elemento brutal del universo; la misericordia, del lado racional de la ecuación, es atributo de un Dios que redime y perdona. Así resuelve FMD el conflicto de sus narraciones; con el arsenal desplegado de actos de bondad cristiana suficientes para reivindicar la condición humana. “Si Dios no existe, todo está permitido” dirá a través de Iván Karamazov.

Gorki renegaba su caracterización del hombre ruso. Para el panfletario del estalinismo resultaba inconcebible que FMD hiciera hincapié en las enfermedades históricas del país, que escogiera “las bestias y ladrones… y sólo los mirara a ellos”. A los padecimientos en vida, FMD sumó la venganza ideológica del pope de la cultura revolucionaria. Condenada al ostracismo, mutilada por el genio soviético especializado en enherbolar inquina, sus títulos mayores: “El idiota”, “Los demonios”, el mismo “Crimen y castigo”, volvieron a ser editados íntegramente cuando la perestroika de Gorbachov sepultó la revolución roja.

Al hablar de Dostoyevski queda siempre algo por decir. Como que fue poeta para el dolor, pero también un ángel de la ternura. Que hay que leerlo y releerlo para sensibilizar nuestra propia alma. Para buscar en su compañía la plenitud y la infinitud con que Fedor Mihailovich Dostoyevski vivió la suya.

Puntuación: 1 de 5.

¹La maldad según Dostoievski; Antonio Fernández Vicente: https://theconversation.com/la-maldad-segun-dostoievski-169194

² Psicología de la culpa en la Grecia antigua; Juan Manuel García Haro:

http://www.aesthethika.org/Psicologia-de-la-culpa-en-la

Imagen auxiliar: zoom.com