GENERALÍSIMO

No existe tiranía peor que la ejercida a la sombra de las leyes y con apariencias de justicia.

Montesquieu

Los sabios de la Grecia existieron: fueron siete. Y no fueron más por no estropear la mística y la hermética que encierra el “siete”; el número perfecto, vaya usted a saber por qué. El “siete” es totalizador. Así: siete las maravillas del mundo, como siete los mares, los pecados capitales y las virtudes cardinales. El número de la intelectualidad, la espiritualidad y, ¡horror!, también de la represión.

De los siete sabios, apenas si dos de ellos trascendieron la prístina categorización grecolatina, siendo los restantes ilustres, puesto que fallecieron, y, a la vez, desconocidos. Ellos son el polígrafo Tales de Mileto, hombre de destacadas habilidades en la física, la matemática, la geometría e incluso la legislación, y Solón de Atenas. La estela de éste recorre los créditos de otras tantas artes, el código que dio a su ciudad la paz, cimentó su economía e introdujo las categorías de lo que se conoce actualmente como la concertación, el diálogo social y la repartición de la riqueza.

Heródoto y Plutarco le dedican significativas páginas a su quehacer público, ponderando el reconocimiento que de sus contemporáneos recibió el estadista y legislador. Trazando similitudes con la vida de Licurgo, cuando propuso a Esparta guardar sus leyes hasta su regreso y jamás volvió, para el ateniense los historiadores estipularon un viaje extenso que duró, dicen ellos, diez años. En todo caso un período largo, como el de la guerra troyana, “para no verse obligado a derogar las leyes que había promulgado”.

Visitó las cortes importantes de la época y recaló en la del rico Creso, rey de Lidia. Las cronologías modernas han glosado este encuentro¹ como ahistórico, no obstante reconocer el ánimo persistente en los autores por entregarnos un relato ilustrativo sobre filosofía popular cargado de valores éticos. Esta incompatibilidad temporal la recoge Plutarco sin por ello abstenerse de reseñarla por ser “narración tan pregonada por la fama, contestada por tantos testigos,… conforme con las costumbres de Solón y tan digna de su prudencia y sabiduría” reafirmando no “desecharla en obsequio de ciertas reglas cronológicas”.

Según el relato, compareció Solón a pedido del rey y, contrario a maravillarse por la riqueza de la indumentaria, la pedrería y la ostentación de la corte, una vez enfrentado al rey, se mostró desdeñoso del aparataje. Creso insistió en exhibir sus riquezas al visitante y, verificado el ajuar, inquirió al viajero quién a su juicio era el hombre más feliz conocido. La respuesta desagradó al soberano; plebeyos que murieron con el reconocimiento de sus ciudadanos, hijos amantísimos fallecidos al dar exhaustivas muestras de amor filial, merecían ese reconocimiento. Para Creso, opinión no fincada en la acumulación de plata y oro resonaba necia y extravagante.

Esopo, visitante de la corte a la sazón, reconvino a Solón: “Con los reyes o se conversa poco o a su gusto”, le habría dicho; a lo que Solón repuso: “O muy poco o para su bien”. Los autores clásicos entendieron la tiranía como un desliz de la naturaleza teniendo los tiranos por mal común la necedad; incapaces de receptar críticas, propensos al desdén y la crueldad. 2.600 años después, el patrón que exige la adulación, el sometimiento, la obsecuencia, no ha variado. Correa bien podría cantar “bingo”, tabla completa, pues reúne todas en su ejercicio procaz.

En estos días se decidió a alcanzar cotas inéditas. No satisfecho de ser, a su sólo albedrío, el padre de la revolución, el ecuatoriano de más Honoris Causa (con un libro editado desde el poder por todo aporte a la intelectualidad, la verdad, ni qué evangelista), de interferir en los hábitos de fin de semana o las tendencias lúdicas del ciudadano, se ha erigido por arte del servilismo en Comandante en Jefe del ejército. No porque califique ningún crédito en estrategia sino por el prurito de cobrar venganza de quien, como a Creso, ha hecho recuento de razones superiores a su lujuria de poder o, como el edil, ha desenmascarado sus contradicciones.

El Generalísimo de nuestros ejércitos, ¿sufre algún trastorno de personalidad? Contestaremos que muchos. Su voluntad presenta los complejos del preescolar empecinado en ser tanto el dueño de la pelota como el comandante de bomberos, todo a la vez. El Generalísimo, ¿sabe la historia de sus pares? ¿Sabe quiénes otros pasaron por la cimera adición de ese dudoso título a sus nombres? Acaso sueña ser como ellos. Como Leonidas Trujillo y Francisco Franco, fascistas inveterados. Como Stalin o Kim Il Sun, comunistas sanguinarios.

Hace un año dijimos: el correato es fascistoide. Si hicimos hincapié en compararlo con Perón, la foto familiar remite al otro lado del charco oceánico. Tómese la Ley de Medios y se la encontrará concordante con la promulgada por Franco. La española de 1938 contenía la exigibilidad de registro de los periodistas, la posibilidad de sanciones, el seguimiento a sus fuentes de financiamiento, acápites englobados por las declaraciones contra la libertad “entendida al estilo democrático”. La historiografía franquista agrega que dicha ley no era sino traducción de la italiana de Mussolini. Correa no lo puede ocultar. Su inquisitorial empeño es objeto de la protesta unánime de quienes defienden la libertad de expresión y sus corifeos no hacen sino “pintar los labios del cerdo”, sumando disparates a su antología, empeñados en distorsionar el supuesto aliento en promocionarlos².     

De ser inválido el relato de Solón, Isaiah Berlin consigna la visión holística de las tiranías como producto de las corrientes históricas al recorrer treinta años de infamia³ que recoge ejemplos del origen errático de la política soviética, no tanto en sus lineamientos internacionales cuanto al interior del imperio. La caprichosa definición que, en última instancia, tenían las decisiones de policía para el ciudadano común. La ubicuidad que alcanzaron en las actividades públicas, en el arte y el pensamiento, los maniáticos berrinches del Generalísimo Stalin.

Dos peligros, dice Berlin, conspiran en todo régimen establecido por una revolución: el pregón excesivo de sus logros y el agotamiento de las expectativas. Hacen más lenta su marcha luego de dejar en  el camino instituciones, aliados iniciales, talentos que la fraguaron. Acabados los misterios gozosos de su advenimiento, la frustración se instala entre los vencedores. En medio de esas contradicciones exacerbadas, sobreviene el terror. La síntesis dialéctica que debía resolverse en progreso social recurre a buscar culpables al fracaso. Por falta de celo, por limitaciones en la praxis, el aparato colapsó. Porque el heroísmo se agota, el martirologio se extingue y los hábitos del pasado resurgen. El experimento, una vez audaz y espléndido, se desvanece ante la ola de corrupción y miseria. Este horror vacui se resuelve con el acaparamiento personal del poder. Más de lo mismo.

Los historiadores clásicos repugnaban de las tiranías y la guerra. Lecciones que no aprende el hombre.

¹ M Miller; Herodotean Croesus; Klio 61 (1963)      

² Respuesta a la embajadora del Ecuador en Buenos Aires: http://www.clarin.com/sociedad/cargas-prensa-Ecuador-Buenos-Aires_0_1634236775.html?ns_mchannel=ultimas-noticias

³ http://www.foreignaffairs.com/articles/70934/o-utis/generalissimo-stalin-and-the-art-of-government

Un comentario en “GENERALÍSIMO

  1. Felicito la iniciativa de este blog de quién, con un esfuerzo intelectual importante, ha logrado despertar iniciativas dormidas así como, desenterrar y descubrir históricamente las profundidades del conocimiento. Cómo bien se rememora a dos sabios y gestores de la cultura occidental Tales y Solón, podemos apreciar la grandeza intelectual y de gestión de personajes que han marcado nuestra historia. Será casualidad o talvez causalidad que el nombre de mi Padre y el mío, es el segundo de los nombrados. Solamente quien por llevar un nombre tan importante, debe tratar de entender lo que el mundo nos ha demandado. El pseudo fascista que nos oprime traspasará la historia y su nombre estará ligado a la parte más obscura que penosamente ha vivido nuestro pequeño e inculto país.

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