LA VIOLENCIA SAGRADA

Mi padre solía decir: no levantes la voz… mejora tu argumento

Desmond Tutu

Cuéntase que Dwight Eisenhower presidía un consejo de estado, una de esas reuniones con sus expertos en Latinoamérica, haciendo recuento de los aliados de la potencia en procura de alguna votación favorable al interés norteamericano. El recorrido no podía ser más tétrico: regímenes obsecuentes, militarones que ascendieron por la ruta del golpismo (las más de las veces merced a los desembarcos, bombardeos y cañoneos del ejército norteamericano), prestanombres dispuestos a aparecer en escena sabedores de la mascarada funambulesca que protagonizaban, tontos de la legua. Frente a semejante espectro de ineptitud, Eike habría exclamado: “¡Pero todos estos son unos bastardos!”, a lo que uno de los asistentes ripostó de inmediato: “Sí, señor Presidente; pero son ‘nuestros’ bastardos”.

Cierta o no, esta anécdota mítica despliega filigranas en la enemistad que ha cosechado el imperialismo entre los pueblos al Sur del río Grande. Más allá de los versos de Darío, de ese romántico ensayo del Ariel de Rodó, palpita en la América no sajona la certeza de haber sido dominados por nuestras debilidades nacionales tanto como por la fuerza del adversario común. A pesar de la cultura, de los vuelos intelectuales que atraviesan a los cuatro vientos estas naciones, conformamos un conglomerado donde la volatilidad de las instituciones conspira contra la estabilidad creativa y la paz, sintomático de las repúblicas bananeras retratadas en el coloquio de marras.

¿Qué nos malquista secularmente con la nación de las barras y las estrellas? La confrontación no es reductible a cierta propensión de odiar per se, mucho menos al resentimiento o la envidia, cuanto a la necesidad de contrarrestar el poder que oprime desde la violencia. Es indigno vivir con miedo. Con ese fundamento se opone la capacidad aglutinante del número a la pisada del golem; se alzan millones de voces. La violencia, cuya especificidad es la capacidad instrumental, impuesta desde su condición militar de potencia emergente en el siglo XIX y refrendada a partir de la icónica explosión del Maine en el puerto de La Habana, es el punto de ruptura en esta relación irreconciliable de cuentas pendientes con la historia.

Ecuavisa: captura de pantalla

Igual génesis tienen los movimientos sociales, originados en los postulados liberales más rancios, cuáles son los de la libre asociación. En ellos se legitimaron los gremios artesanos y luego obreros; en ellos los movimientos campesinos, cuya expresión entre nosotros es la CONAIE. Por este motivo resultó instructivo escuchar las propuestas que llevó al programa de Ecuavisa¹ su presidente, Leonidas Iza. Les proponemos inteligenciarnos de su argumento.

Diego Ordóñez, su contertulio, endilgó graves acusaciones sobre la instrumentalización de las movilizaciones al marco teórico que Iza sostiene em su libro, y este no negó. Adquiere relevancia interpretar esta afirmación: “La violencia empleada contra los que oprimen masas enteras de trabajadores, la violencia a favor de millones de seres explotados, nunca, jamás será mala; esa violencia es sagrada”     

En auxilio de la deconstrucción de esta falacia, traigo a colación el estudio que realizó la pensadora Hanna Arendt² quien vincula la violencia a la “categoría medios-fin”. Aplicada a los asuntos humanos, “siempre el fin está en peligro de verse superado por los medios a los que justifica y que son necesarios para alcanzarlo”. Resuenan en trompetas apocalípticas las ominosas horas del terror que en el mundo han sido. Rondan Robespierre y la guillotina, los gulags y las fábricas de muerte. Iza desdeña milenarios tratados sobre ética, cristianos y greco latinos, que sostienen estrictamente lo contrario.    

Arendt amplía el desglose de la problemática al afirmar: “Cuanto más dudoso e incierto se ha tornado en las relaciones internacionales el instrumento de la violencia, más reputación y atractivo ha cobrado en los asuntos internos, especialmente en cuestiones de revolución”. La derivación maoísta, su teoría “según la cual el poder procede del cañón de un arma”, rompe con Marx, para quien las contradicciones inherentes a la sociedad capitalista, no la violencia, preludiaban su fin. Marx comparó este advenimiento con los dolores del parto, pero descartó como causa la violencia.  

Arquitectura post revolucionaria; La Habana, hoy. Foto Tweeter

El maoísmo nutre la heterodoxia marxista; para los augures del hombre nuevo tiene importancia menor y ninguna. Reparemos en dos implicaciones que invalidan esta edificación. La primera, que la sociedad ilusoria de productores libres, que debiera liberar las fuerzas productivas de la sociedad una vez extinguidas las relaciones capitalistas, prevista por los padres del materialismo dialéctico, la que Iza invoca “como una posibilidad de real transformación de este país”, no han tenido lugar en latitud alguna desde su irrupción ese octubre de 1917, que era noviembre. En segundo lugar, porque cualquiera sea la fase en que admitan esas revoluciones encontrarse, el estado de esas fuerzas productivas, consecuencia de la ciencia y la tecnología, no resultado de declaraciones teóricas, no las han potenciado ni procurado un mínimo bienestar o nivel de consumo para sus ciudadanos, sino reculado en todos los países que han padecido una revolución.

“El comunismo nunca concibió más tribunal que el de la historia -dice Furet- y resulta que ha sido condenado por la propia historia a desaparecer”. Lo sentimos mucho: la vida, pertinaz, obra así.

Inadmitimos las expresiones que llaman a callar al líder. El perfeccionamiento de toda libertad pasa por garantizarlo a todo ciudadano, más siendo portavoz de un conglomerado. Se alzan voces pidiendo proscribirlo; lo consideran enemigo público, elemento disociador, peligroso demonio. Reafirmamos todo su derecho a decir y hacer, como hombre libre, cuanto crea conveniente a su persona y comunidad. Le recordamos, nada más, los límites de la ley. Ley facultativa, ella sí, para monopolizar la violencia en nombre de la sociedad, expresión del principio de soberanía, invocado por los socialistas o que se dicen tales.   

Le recordamos que transgredirla es delito. Como es delito promover la violencia, no se diga ejercerla en nombre de nada ni nadie, por respetable que sea. Y le recordamos al estado que está obligado a aplicarla, por representativo que el transgresor sea.

Iza tiene derecho a equivocarse en lo grande y lo pequeño. Como relacionar el incremento de un punto de inflación a la pérdida de 48.000 empleos. Vínculo no causal pues, inversamente, contener la inflación serviría para recuperar 100.000 empleos, pero tener una inflación de 0% dejaría en el desempleo a los 400.000 que lo demandan. O aquella otra de que el campesinado subsidia “del 40 al 60 % de lo que significa la producción real en el tema económico”, inválida desde el hecho de recibir una retribución o de confundir subsidio con cadenas de intermediación y desproporcionar la realidad macroeconómica.

Aparece convertido en peón de brega del correísmo, actitud no muy sacra. Si apuntase al poder, la vía eleccionaria no le ofrece oportunidades a quien ha hecho de la guazabara un emblema. Iza necesita una revolución urgente en su agenda. Si violenta, mejor.      

Puntuación: 1 de 5.

¹ https://www.ecuavisa.com/politicamente-correcto/que-busca-el-movimiento-indigena-AC949637

² Sobre la violencia; Hanna Arendt, Uno, págs. 12-36. Alianza Editorial, 2013

3 Foto principal: Leonidas Iza. Captura de pantalla. Castigo divino