PAIS GALLINA

Quis custodet ipsos custodet?

Juvenal

Leo en la vereda del barrio, próximo al parque, un rótulo que reza: “Señor perro; eduque a su amo a recoger sus desechos” y me asaltan dos pensamientos antagónicos, propiamente antitéticos. El primero, que el pintoresco y gracioso latón pintado de verde y con letras blancas obedece al hartazgo de todos aquellos vecinos fastidiados con encontrar en sus veredas y espacios verdes la coprológica muestra de esos extraordinarios animales que acompañan al hombre desde remotos tiempos. Desagradables, asquerosas demostraciones de una comunidad que hizo costumbre pasear sus caniches sin otra restricción que la de su soberana voluntad. Decididos, por sí y ante sí, a conservar sus patios, balcones y jardines recortados, lustrosos, apacibles, mientras endilgan impúdicos los excrementos caninos al espacio público. Carentes de sentido social, llenos de menosprecio por el otro, sin pertenencia ni sentido de identidad.

Lo penoso de tales grupos es la imposibilidad de categorizarlos; con igual desprecio en las vías se arroja cáscaras de frutas desde un bus que de la ventana de un vehículo privado; luego la manida extracción cultural o económica no constituye elemento diferenciador. Ayer Quito reputaba como una ciudad limpia; hoy la suciedad campea. Si unos mismos ciudadanos la habitan antes y después, a lo que añadir la indolencia de la administración ante la invasión del espacio público de taxistas y viandantes, ¿por qué hemos abandonado los previos patrones de comportamiento? Si las malas costumbres se pegan, ¿dónde habita aquel muñeco porfiado e irrespetuoso?

H.D. Disselhoff, el estudioso del incario, al comentar la situación de los aborígenes al advenimiento de la corona hispana, certeramente alude a la destrucción de las estructuras de producción y la adaptación a ellas de la encomienda, usurpando la imbricación a las labores campesinas del indígena, como las raíces de su explotación. Más destructivo fue que aquellos conquistadores desmantelaran una sociedad organizada en los pormenores más nimios e implantaran nociones de derecho y autoridad ininteligibles al abrigo de las indecibles arbitrariedades de una soldadesca cuyos afanes no trascendían el enriquecimiento inmediato. La doctrina cristiana, con tal precedente, “se entendía mal o no se entendía en absoluto”; a lo que agregaremos el silogismo reflejo que otro tanto ocurría con las leyes.

Decíamos del rótulo que sugiere otra contrapuesta reflexión. Quienes lo concibieron están dispuestos a hacer escuchar su voz frente al atropello. Frente a la invasión de un espacio que pertenece a todos y no están dispuestos a admitir lo mancille impúdicamente el arbitrio de quienquiera sean los atrabiliarios.

Las sociedades permisivas asemejan la gallina de la fábula que al  pasear por un prado advirtió unos pintorescos y moteados huevos de serpiente y se dijo: -Pobrecitos, los han abandonado o habrá muerto su madre. Yo seré una para ellos.- Los cubrió con su cuerpo, los calentó con sus plumas y los empolló. Una vez nacieron las culebrillas, ávidas de alimento, mordieron a la gallina y la mataron. La moraleja prescribe observar prudencia con aquellos que procuran nuestro mal.

Latinoamérica reproduce esa inveterada costumbre de empollar los huevos de la serpiente. Reiterar impertinentes la postergación del destino de bienestar invocado desde su naturaleza pródiga, condenando multitudes a la inequidad, la ignorancia y la pobreza. Empezando con cosas chiquitas y continuando con las grandes, en espiral embriagadora que obnubila el cuerpo social con la destructora fuerza centrífuga de una desbocada calesita, a grupas del mismo maltrecho caballo de palo, marchando en el puesto, desplazándose en círculos sin avanzar.

Se reproducen tendencias suicidas; explíquese sino la renuncia a los derechos individuales del nefasto referéndum autorizando “meter la mano en la justicia por una sola vez”, a sabiendas que esa licencia hace parte de una ruta sin retorno; que una república que transfiere sus derechos se convierte en satrapía. En despotismo, dónde los derechos transferidos al predestinado jamás son devueltos. Quien metió la mano es pederasta nunca satisfecho con introducir la mano nada más ni hacerlo una vez. El burlador envilecido, refocilado en el crimen, ahíto en reiterar el vicio ruin ad infinitum. Del mismo modo abrieron las puertas de la contratación pública bajo el “régimen de emergencia”. Quienes lo advirtieron fueron desoídos, escarmentados, proscritos. Fueron desdeñadas las admoniciones, avizoras de aquella fuente de futuras y grandes defraudaciones a la caja fiscal. Los convirtieron en la “antipatria”. Ese es Rafael Correa. Con estulticia, el golpista mereció indulto del Congreso. Su lugar en la cárcel sustituido por la tarima, la ergástula por la amnistía, el traje a rayas por la banda presidencial. Y gobernó quién destruyó la democracia envileciendo la espada que le otorgó la nación; no otro es el coronel  Gutiérrez.  

Guatemala represión

Advirtamos el ejemplo que ofrece Guatemala. Tan larga como su guerra civil, ha sido su lucha por devolver a esa bendita tierra un mínimo de institucionalidad. Guatemala, del náhuatl Quauhtlemallan, “tierra poblada de muchos árboles y bosques”, llamada a ser el país de la abundancia, lo es de la postergación. La segunda nación más pobre de América, luego de Haití; con los peores índices de desnutrición, luego de la triste república francófona.

En 1982, un golpe militar presidido por el coronel Efraín Ríos Montt, encabeza la nación que produjo el notable Popol Vuh y acunó la cultura maya. Aupado por la CIA de Reagan, empeñada en cercenar la epidémica contaminación del triunfante sandinismo, comandó la represión macabra de quien alucina con la predestinación de la providencia.

Con el pretexto de luchar contra el comunismo, este genocida comparable a los criminales del Cono Sur desató una persecución  fratricida convencido de llevar adelante una cruzada por la cristiandad. En su perturbada estrategia, personificó su anticomunismo en las etnias quichés acosándolas con saña: las masacres entre la parcialidad Ixil tuvieron una crueldad sin nombre, de cotas esquizofrénicas. Él mismo erigido en líder de la pentecostal Iglesia del Verbo, como primer líder protestante de América Latina, creyose portador de la flama de modernidad que Max Weber encontraba en los seguidores de la Reforma. Sus tropas quemaron villas indígenas con seres indefensos dentro de las chozas, despanzurró mujeres embarazadas, las violaron en grupo, entre otros horrores profusamente documentados. Una vez depuesto, negó los crímenes, se refugió en la inmunidad parlamentaria y bajo miserables argucias, retrasó los juicios que interpusieron ONGs, comunidades y personas.

Monumento al tesón, treinta años después los tribunales sentenciaron a “Ríos de Sangre Montt”, apelativo que se ganó el genocida. Las numerosas pruebas aportadas por fiscalía culminaron en una condena a ochenta años. Mas, cuando las palmadas de felicitación entre las víctimas aun abrigaban, cuando el veredicto histórico estaba llamado a poner fin a la impunidad, ¡a diez días de la sentencia!, el caso fue anulado y el reo sobreseído.

Al crearse la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala, CICIG, en 2007, con el doble objetivo de luchar contra el crimen organizado y estos de lesa humanidad, restituyendo la independencia del ente jurisdiccional, no habrán imaginado tanto revés. Proveer a esa nación,  que orilla la condición de estado fallido, del órgano que diferencie el delito y el estado ha resultado tarea ímproba que continúa en construcción.

Así se puede perder una nación. Cuán difícil devolver sus atribuciones a los jueces o castigar a los impunes que atrincherados nos empobrecen a todos. ¡Qué difícil es ponerle el cascabel al gato!

 Moraleja: aprendamos a poner la caca en su lugar…  

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